Come to me

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martes, 27 de marzo de 2012

Ahogo.


Me siento y me pongo a pensar que soy triste cuando me siento feliz. Distinto es pensar de sentir. Pienso en que si lloro no tiene sentido, a no ser que sea de felicidad. Pero ¿Cómo hago para llorar de felicidad si pienso en la tristeza? ¿Podría sincronizar el pensar con el sentir? Siento la felicidad en carne viva cuando pienso en las cosa que me hicieron felices a tu lado; una mirada, no, tu mirada, esa mirada que nublaba mis pensamientos evaporándolos hasta llegar al cielo y volver a caer en forma de lluvia ; así de perdido me sentía pero pensaba que estaba donde debía estar, a tu lado. Pienso en lo feliz que me hacía sentir tus labios fríos en el invierno buscando calor en mis labios tibios. Siento lo triste de no tener esos besos aquí para poder calmar esa necesidad vesánica de pensar que soy tuyo. Aún siento el olor de la tintura de aquella vez que pintaste tu pelo en mi casa y pasaste a ser el azul que mas influyó en mi vida. Eras el azul de cada día y cada noche, allí siempre para mí. Azul que irradiaba mil colores, que hoy desencadenan en un gris, pero solo pienso, no lo siento. Lo que si siento, es el aroma de tu perfume, aquel que volcamos sin querer en una tarde sobre mi almohada, cuando la pasión nos desvío de lo racional. Cada noche o en cada siesta esa almohada me hace pensar que ese perfume se instaló ahí para no olvidarte, para torturarme con la felicidad en tiempo pasado. Absurdo es el tiempo que transcurra mientras el perfume siga ahí, jamás podré compartir una siesta con otra persona en mi habitación.
Decidiste ser eterna en mis recuerdos y hacerme pensar que solo fuiste una alucinación, pero agradezco que el pensar y el sentir sean dos cosas distintas, ya que el sentir me hace cerrar los ojos y saber que jamás aluciné, siempre fuiste real. Intento no pensar sin sentir, ni sentir sin pensar. Quiero ser homogéneo internamente, pero me divido en pensar y sentir. Siento que te extraño y pienso en que debería dejar de hacerlo. Ironía humana que me incita a amarte cuando ya no lo debería de sentir. Pero es que no estás aquí y nada has hecho para que yo pueda olvidarte o mínimamente dejar de amarte.
Pienso en esos sueños que proyectamos juntos y reprimo lo que siento dándole lugar al odio, sentimiento que debería ser ajeno cuando pienso en ti. Si pudiera sentirte en vez de pensarte quizá el ritmo cardiaco iría al compás del amor y no al de la agónica muerte. Te amo con la mente, pero lo siento con el cuerpo.
Los felices recuerdos siguen ahí para evitar que muera el pensar, pero siento mi ser muerto desde que no estás. Me gustaría saber si siento o pienso que te amo, pero si lo supiera no estaría aquí. Pensar y sentir, que grandes diferencias. Felicidad y tristeza, recuerdo cuando te dije que eras mi felicidad y desde que no estás estoy triste pero me siento feliz; entonces aprendí que la tristeza es una falacia, solo existe la felicidad y la carencia de felicidad. O al menos esa es la manera en la que me consuelo y explico mi falta de sonrisas.


(Carta de amor de Francisco a su difunta esposa desde el loquero).

viernes, 16 de marzo de 2012

Clara y Santino


Dedicado a Laura Miichelle Williams.



Clara


Desde nuestra infancia nos pasábamos horas jugando y riendo en el parque. Solo teníamos la temprana edad de doce años cuando note que me sonrojaba cada vez que lo veía jugar tan valientemente trepando los arboles y corriendo a gran velocidad; ese chico me gustaba. Cursamos la secundaria juntos y con el pasar de los años me fui dando cuenta que era su mejor amiga, le ofrecía las charlas más cuidadas y responsables. Pasábamos horas estudiando juntos, él no era muy bueno en el estudio y le ofrecí mi ayuda incondicional, lo he hecho desde aquellos tiempos en que juagábamos en el parque, comprando una manzana acaramelada y compartiéndola con él porque el no podía comprarse una debido a la escases de dinero en su familia. Compartíamos el viaje de regreso a casa, pues a las mañanas el siempre llegaba tarde a clase, decidí levantarme más temprano de lo que debía y pasarlo a buscar por su casa y esperarlo hasta que se despierte y saliera con su dulce cara de adolescente mal descansado. Cada año estuve al lado de él, estuve cuando recibió su primer beso gracias a que yo le hiciera de ayuda para conversar con la chica del curso más grande que él. Eso ha dolido pero lo veía tan feliz creciendo. Tiempo después sufrió un desamor y estuve ahí para cuando decidió llorar. Jamás participé de esas fiestas que realizaban los chicos del curso, durante la ausencia de sus padres. La mezcla de alcohol y gente descontrolada no era mi estilo de diversión. Pero si estaba atenta al amanecer cuando él pasaba en estado totalmente ebrio y sin dirección por la puerta de mi casa, deteniéndose en la ventana de mi habitación para llamarme y pedirme ayuda. Me asusté demasiado y me enojé más aún cuando comenzó a drogarse, pero mis palabras no le influían, el solo escuchaba a su nueva novia, y yo solo podía estar ahí para sus momentos más duros, como cuando llego muy drogado mi casa y luego de que mis padres lo llevaran al Hospital quedarme horas a su lado. Recibí quejas por parte de mis padres, no podía juntarme con él, decían que era una chica muy distinta, dulce, amable, respetada y respetuosa. Que era una chica distinta a las demás, que yo si valoraba mi vida y su orden. Mis padres notaban la diferencia entre las adolescentes y mi yo adolescente; pero no notaban el amor que sentía por él. Hice caso omiso a mis padres y lo seguí viendo, soporté cientos de castigos y castigos. Pero todo lo hacía por él. Me he lastimado físicamente con leves cortes cuando me confesó que perdió su virginidad con una chica “cualquiera”, le hablé cientos de veces sobre el verdadero querer. Pero él solo reía complaciente. Perdí amigas, pero solo las que creo no lo valían. Y todo a cambio de su amistad y algo de afecto.
En nuestra fiesta de egresados le confesé mi amor ciegamente, aturdida por la vida misma que dejábamos atrás.

Santino


Desde chico fui muy venturero y mi gran compañera y cómplice era Clara, mi vecina de toda la vida. Una gran amiga que cuando éramos jóvenes, algo cercano a los trece años me gustaba. Luego fuimos compañeros de secundaria, estuvimos juntos siempre, ella siempre fue esa persona distinta, que podía calmar todo ese delirio que nacía de mí. Recuerdo situaciones como mis estados de ebriedad y a ella corriendo con ropa limpia de su padre para que pueda cambiarme. Su padre jamás estuvo contento con eso. La he visto llorar en secreto y con el tiempo me di cuenta que era por mí. Esa chica tan dulce y elocuente, atractiva y diferente, sincera y muy compañera estaba enamorada de mí y yo no lo había notado hasta meses antes de nuestro egreso. Podía notar entonces que todo lo que había hecho y ella estando al lado mío, la lastimaba cada vez más. Pero ella seguía ahí por mí. Y eso en cierta forma me asustaba, el corresponderle podía generar cambios en mí, en mi ego, en mi forma de ser tan brusca. En mi forma de hablar. Corresponderle a una chica tan distinta a las demás podía cambiarme. Y yo le temía en demasía a eso. Temía vivir tranquilamente. Temía por ese cambio que solo ella podía producir.
Cuando me confesó su amor, en aquella fiesta de egresados, todo se cruzó por mi cabeza y a pesar de que siempre fui malo para los cálculos, el resultado de calcular lo vivido me llevó a besarla. Y acerté en el resultado, pero como siempre con ayuda de Clara.